miércoles, 20 de mayo de 2020

Déjame llorar



Seguro que todos los que comenzáis a leer estas letras comenzáis también a tararear las siguientes:
Cállate niña, no llores más, tú sabes que mamá debía morir. Ella desde el cielo te cuidará, cállate niña no llores más. Nunca sabrás cuánto sufrió, ahora ella duerme sin fin. Es mejor que sea así, no llores, no llores más…”.
Esta famosa canción de Jeanette, que aún vive en el recuerdo musical de la mayoría, muestra cómo nos han enseñado, durante mucho tiempo, a comportarnos ante la pérdida de un ser querido: guardando silencio y evitando llorar, al menos en público.

Además de los imperativos “Cállate” y “no llores más” que impiden la expresión de los sentimientos, el pronunciar frases de consuelo del tipo: “desde el cielo te cuidará”, “nunca sabrás cuánto sufrió, ahora ella duerme sin fin, es mejor que sea así”, trata de minimizar la reacción de tanto llanto porque se considera desproporcionada a la situación que se vive. Seguro que nos es conocido este tipo de acompañamiento y, es posible, que alguna vez también nosotros hayamos acompañado así. Somos fruto de una educación recibida. Tal vez es tiempo de desaprender.
Creo no equivocarme si afirmo que, salvo excepciones patológicas, ante una persona que sufre a todos nos brota el deseo de consolar. Y tampoco creo equivocarme si afirmo que, en muchas ocasiones, no sabemos cómo hacerlo. Hay situaciones que nos superan, no tenemos palabras. A veces, con la mejor de las intenciones, decimos o hacemos cosas que no ayudan, que no consuelan. En ocasiones, esos deseos de consolar se mezclan con una huida propia para evitar el dolor uno mismo. ¿Por qué tantas veces nos sale decirle al sufriente “no llores”? ¿Por qué sentimos vergüenza o pedimos disculpas si nosotros nos emocionamos y nos ponemos a llorar? Las lágrimas, una de las expresiones más frecuentes en el duelo, tienen poder terapéutico. ¡Qué sano es llorar! Llorar desahoga, relaja, serena, limpia, drena los sentimientos… ¡Qué bien se queda uno después de una gran llorera!
Es saludable que el que acompaña en el dolor, el que hace camino a través de la escucha o de otras múltiples formas permita desahogarse, invite a hacerlo, e incluso a veces lo provoque.
¿Y si el escucha se emociona con el dolor y las lágrimas del doliente? Pues quizá habría que preguntarse si hay algo de malo en compadecerse y emocionarse con el dolor del hermano. Sin duda, una buena respuesta la encontramos en Romanos 12: “con quien llora, llorad”.

Susana Doval Rodríguez
Voluntaria del Centro de Escucha San Camilo Pontevedra